Tomar fotos, una pasión, y la cita de Dostoievski podría describir perfectamente lo que siente el corazón de un fotógrafo o una fotógrafa al capturar en su cámara paisajes, ciudades, personas, animales o flores.
Ama incondicionalmente todo lo que ve y le rodea.
Ama a la familia, al trabajo… Fotografiar es parte de su vida, pero no lo siente como labor o profesión, porque le encanta simplemente hacerlo.
Tomar fotos con el corazón y las emociones. Fotografía espontáneamente, sin pensar si quedará bien o mal, lo más importante y maravilloso es la sensación que le produce el ver y analizar sus fotos mucho después del disparo.
Amor por la naturaleza
A menudo, la pasión inicial es la naturaleza y desde pequeños suelen ir a todas partes con la cámara para retratar flores, pájaros, mar y cualquier imagen que pudieran captar con sus objetivos.
Es la época en la que aprenden a observar el camino que toman las gotas de lluvia cuando llegan al suelo, por donde atraviesa la luz del sol o a qué velocidad va la marea. Un mundo fascinante que les transportaba a lugares inimaginables.
Amor por los viajes
También, sus primeros contactos con el amor de sus vidas se da a través de los viajes, ya que muchas de sus travesías en compañía de sus padres son el inicio de una pasión sin límites. Fruto del disparo en el momento oportuno, algo natural, sin mayores problemas ni cuestionamientos acerca del obturador o la velocidad del disparo.
Quizá ese amor tan especial influyó sus primeros viajes, que fueron a lugares cercanos, lejanos o incluso países distantes. Fue una época de descubrimientos y aprendizaje en la que se dieron cuenta de que el mundo es mucho más grande de lo que pensaban.
Amor por la ciudad
Toda ciudad es digna de ser retratada, es solo descubrir a veces las bellezas escondidas de la ciudad. Las vetustas casas, los rascacielos, las plazas llenas de gente, los monumentos… Todas las épocas son buenas para fotografiar la ciudad, mirar con otros ojos, viendo todo el potencial que tienen.
Al tomar fotos, aprendieron a mirarla como una gran postal. Fue un amor que crece día a día y que todavía lo siguen cultivando.
Amor por el retrato
Cuando estudiaron fotografía, se enamoraron del retrato. Capturar el alma de las personas es lo más gratificante para la persona que porta una cámara. Hacer un buen retrato es como descubrir una parte íntima de la persona y poder plasmarla en una imagen, es algo mágico.
Amor por lo espontáneo
Con el tiempo, se logra conocer la cámara y sus “secretos”, la abertura del diafragma, la velocidad de obturación, etc. La cámara deja de ser un objeto externo al cuerpo y cuando los ojos ven algo que pueda ser una buena captura, automáticamente la cámara se encargará de atrapar ese instante, como un acto reflejo.
Tomar fotos, una pasión
Hay muchos tipos de amor, pero el amor por la fotografía, es el que hace sentir más la vida misma. Es un amor que llena de felicidad, que hace disfrutar cada momento y que permite ver el mundo con otros ojos. Es un amor que da paz y armonía. Gracias a él se puede apreciar lo bello que hay en todo lo que nos rodea.
Fotografiar es una forma de amar la vida y todo lo que nos ofrece.
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